En memoria de mis ausentes…Con todo el amor y el respeto que merecen…No los hemos olvidado ni los olvidaremos…

La Navidad es una fiesta emocionalmente complicada. No es que el resto del año no recordemos a quienes nos faltan, es que su ausencia se torna más visible en estas fechas…El calendario no perdona, la publicidad tampoco… Ambos se encargan de bombardearnos con una lluvia de mensajes que invitan a la ‘felicidad general’. Son fiestas particularmente familiares, de reuniones, de copiosas cenas y comidas en torno a una buena mesa a la que nos sentamos dispuestos a devorar deliciosos manjares aderezados con instantes de alegría deseándonos, más que nunca, salud a la par que alzamos las copas para brindar por lo venidero… Nos guste o no se nos ha convocado a vivir ‘oficialmente felices’ estos días y si no lo estamos parece que vamos contra corriente o ‘somos raros…’
Con el paso del tiempo, en mayor o menos medida, todos experimentamos ciertas resistencias a tanto jolgorio, a tanta comida y a tanto derroche porque, siguiendo el curso natural de vida o no, los años nos van dejando huérfanos, viudos, sin hermanos, sobrinos, tíos, amigos, allegados o “shjol” (este el término hebreo utilizado para designar a la madre que pierde un hijo. El hebreo es la única lengua que contiene un nombre específico para designarlas). Y por eso es inevitable sentir cierta tristeza, melancolía o nostalgia con un ojo mirando hacia el pasado mientras con el otro observamos los huecos vacíos de quienes ya no están ni estarán jamás… Entonces, sentados en torno a la mesa, miramos hacia las sillas vacías mientras se nos retuerce el alma porque los extrañamos…Añoramos sus bromas, echamos en falta sus risas…A veces incluso nos entristecemos porque sus voces se pierden en nuestro interior y sus imágenes aparecen semiveladas…Nos duele que así sea…
Y entonces tiramos ansiosos del hilo de la memoria para traerlos al presente en una lucha contra reloj para eludir a toda costa el angustioso fantasma del ‘olvido…’
Tal y como escribí en la entrada anterior carecemos de la cultura de los afectos. No nos han educado ni hemos implementado medidas para desarrollar la inteligencia emocional como constructo que señala hacia capacidad de los individuos para reconocer sus propias emociones y las de los demás, así como para discriminar los diferentes sentimientos aprendiendo a etiquetarlos apropiadamente. Si así fuera podríamos guiar y reconducir nuestras emociones ajustándolas a cada realidad o adaptándonos a ella sin traumas…Pero no nos han instruido y, por eso, cuando tenemos un mal día, estamos tristes o melancólicos, nos fustigamos, consumimos una gran energía en negar la evidencia, resistir, disimular y nos privamos del derecho a sentirnos mal…
Sentir pena, tristeza o dolor es lícito como también lo es expresarlo y compartirlo si así lo queremos…
La metáfora de la silla vacía resulta sumamente esclarecedora. Tanto es así que la Terapia Gestalt la asimila y convierte en una técnica creada por el psicólogo Fritz Perls a fin de aplicarla en pacientes que sufren cuestiones no resueltas. El nombre se le dio porque la silla es coprotagonista junto a la persona que, sentada en ella, entablará un diálogo consigo misma a fin de contactar emocionalmente con el suceso, abordarlo e intentar cerrarlo definitivamente…
Sanar es el objetivo…
‘La silla vacía’ se ha convertido en un símil universal que señala realidades relacionadas con el universo de los afectos, con el mapa de las emociones, con la trayectoria de los sentimientos…Y tiene todo que ver con las ausencias: Con las temporales de quienes no pueden estar físicamente presentes, junto a nosotros, por motivos diversos -como ha sucedido estos años de pandemia que no se podía viajar- y sobre todo, con las ausencias definitivas de quienes nos dejaron tras la muerte. Esta ausencia es la más difícil de superar primero y sobrellevar después… Porque es justamente en este tiempo de Navidad cuando las sillas vacías cobran mayor relevancia, cuando las ausencias se hacen más evidentes, cuando más echamos de menos a nuestros seres queridos, aquellos que se marcharon de nuestras vidas para siempre…
En estos tiempos tan complejos resulta tremendamente difícil convertir la anormalidad en lo cotidiano: vernos con mascarillas, prescindir de darnos la mano o un abrazo con su correspondiente beso, mantener cierta distancia con los no convivientes…Vivir con el soniquete de fondo, anunciando cada día los datos de contagiados, ingresados o fallecidos…Y por si no fuera bastante tenemos que lidiar con los necios que niegan la vacuna a quienes protegemos con las nuestras…
Hoy, más que nunca, me embarga el recuerdo amoroso de mis ausentes…Desde aquí todo mi afecto para las familias de quienes nos dejaron recientemente…
A vosotros, lectores habituales u ocasionales y a mis amigos blogueros les deseo de todo corazón una Feliz Navidad y ¡salud para todos!
Los ausentes nos llenan con su PRESENCIA.Un abrazo bien grande!!
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¡Gracias! ¡Otro fuerte para ti!
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