
Las diferentes oleadas del #MovimientoFeminista y su reivindicación por los derechos de las mujeres para quienes han reclamado y se reclaman una total equiparación respecto a los hombres, animaron en cierto modo los denominados #EstudiosDeGénero cuyo fin no fue otro que visibilizar el papel de la mujer ausente de la historia oficial escrita por hombres. Silenciadas, invisibles, relegadas a un papel secundario, escondidas tras la aparente brillantez de varones ilustres cuyos nombres aparecen escritos en mayúsculas, como auténticos protagonistas de relatos narrados con medias verdades, verdades a medias o lo que es peor, con mentiras, que han llenado las páginas de los libros de textos de generaciones de escolares
El feminismo denunció su invisibilidad y la historia se encargó de rescatarlas y sacarlas a la luz. De la historia de género se pasó a la historia de las mujeres, una historia con entidad propia que incorporó el género a una categoría de análisis, una mirada que debería estar presente en cualquier disciplina, una perspectiva ausente en nuestras leyes y, por ende, en nuestras instituciones, la mayoría masculinizadas en las que escasea la presencia femenina y por ello se diluye sin que apenas se perciba. El techo de cristal no acaba de romperse.
Afortunadamente la historiografía actual ha dejado de centrarse en los grandes temas en los que sólo figuraban los grandes líderes, hombres carismáticos capaces de casi todo para acercarse a lo cotidiano, a lo individual y por tanto, más cercano a nuestra realidad. Así han resurgido personalidades femeninas en todos los ámbitos y en todas las épocas. Solo era necesario mirar para verlas, porque las mujeres estaban ahí, como protagonistas a lo largo de milenios, de siglos, en todos los tiempos y lugares, presentes con voces propias o ajenas, pero ahí estaban: escritoras, científicas, artistas, políticas, campesinas, artesanas y como veremos, «maestras de facer pólvora»…
La historia de #CatalinaAlonso se descubre a través de la documentación de protocolo, esas actas conservadas en nuestros #Archivos a que los historiadores dedicamos muchas horas porque gracias a ellos podemos reconstruir nuestro pasado. Entre el ingente número de legajos producidos por reyes y nobles, aparecen también documentos de gente del pueblo que vivía de una de tantas profesiones or las que percibían rentas y por ello, estaban obligados a pagar los correspondeintes impuestos a las arcas de la Corona, recaudadas a través de la #HaciendaPública que había establecido un sistema recaudatorio basado en impuestos directos e indirectos de los que estaban exentos los nobles ¿a que os cuena?. Durante la edad media, en los siglos XII y XIII, los archivos dan fe de que ya existieron mujeres zapateras, correderas o recateras, joyeras, mesoneras y propietarias de comercio, además de las las que se dedicaban al oficio «de amores», las prostitutas de toda la vida. Según datos procedentes del Archivo de los #DuquesDeMedinaSidonia, durante el XVI en la localidad gaditana de #SanlúcarDeBarrameda, una mujer abrió la primera fábrica de telas, con telares de importación. En Madrid del XVIII, aparece una mujer escayolista y una veterinaria o #albeytar. Y en un documento firmado por los Reyes Católicos en 1476, se concede a Catalina Alfonso, mujer de «Pedro San Román, que quizá viviese a sus expensas, «quitación» o pensión anual de 3.000 maravedís, a mas de 15 de «ración» diaria, como “maestra de hacer pólvora» y por labores de su oficio, pasando la misma ración a su criado, Pedro de las Cuevas, «oficial de hacer pólvora», que le asistía en tarea, tan poco femenina» (Simancas RGS 1476/XI/736).

El documento pone en evidencia la participación de las mujeres en la actividad militares, frente a quienes las consideraban sólo víctimas de guerra o meras auxiliares de los ejército, realizando tareas domésticas. El caso de Catalina es peculiar y por ello relevante. LLama la atención en primer lugar que una mujer, considerada pacífica por naturaleza, participara en un acontecimiento tan violento como la guerra y por ello reservaba a los hombres. Además durante la Edad Media se concebía que las mujeres no estaban capacitadas para combatir, como mucho podían colaborar o ayudar, es casos excepcionales.
No se sabe quién enseñó a Catalina el oficio pues generalmente las mujeres aprendían con los padres o maridos, a quienes sustituían cuando enfermaban o morían. Las #OrdenanzasGremiales permitieron a mujeres continuar ejerciendo el oficio de sus maridos para sobrevivir, en este sentido hay muchos estudios que lo avalan, particularmente en determinados oficios. Por otro lado la artillería no era del todo ajena a las mujeres pues se encargaban de suministrar proyectiles y balas, aunque en el caso de Catalina se le suponen conocimientos más complejos. La elaboración de pólvora no era una cuestión baladí y a ella se la reconoció «maestra» en su oficio, grado más elevado en el escalafón del aprendizaje que pasaba por las categoría de aprendiz, oficial y maestro, de ahí que llame la atención el caso de Catalina, un ejemplo de mujer que participó activamente en la guerra, «maestra de fazer polvora» y por ello al servicio de los #ReyesCatólicos.
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