Echo de menos viajar. A mis abuelos les tocó vivir en una España dividida y enfrentada…A mi padre renunciar a su vocación de maestro al morir mi abuelo demasiado pronto, apenas con 40 años y 8 hijos…Mis padres se casaron años después de acabar la guerra civil, en un tiempo de escasez generalizada a consecuencia del régimen autárquico declarado por el dictador Franco… Todos albergaron la esperanza de legarme un mundo mejor, una sociedad unida y un país donde pudiera vivir en paz…Agradezco la herencia recibida y el empeño de mi padre en darme un trato igualitario respecto a mis hermanos ofreciéndome la oportunidad de estudiar, oportunidad que hoy me brinda la ocasión de ser independiente y la satisfacción de deberme cuánto tengo a mi misma, a mi esfuerzo y mi trabajo…
Por circunstancias que no vienen al caso, he pasado casi una década sin poder viajar como hubiera deseado. Recientemente hice algunas escapadas, un poco de turismo exterior e interior, por primera vez, sola. Todo un aprendizaje y una prolifera experiencia adquirida mientras transitaba por los ‘no-lugares’, escalas intermedias o previas a mi destino. Paradas que me enriquecieron e inspiraron diversas reflexiones sobre el tema de esta entrada, algunas de las cuales quedan recogidas en las imágenes de la galería que por orden se corresponden con los Aeropuertos del Prat (Barcelona), Valencia, Bilbao y las estaciones de tren de Cuenca y Zaragoza…La última tiene un carácter puramente anecdótico: IKEA. Un ‘no-lugar’ recurrente donde los haya…
En la década de los 90 Marc Augé, antropólogo francés especializado en etnología, profesor en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París acuñó el concepto del ‘no-lugar’, una idea nacida en nuestra historia presente que ayuda a soportar la definición de aquellos espacios de transitoriedad, de provisionalidad que antropológicamente no tienen cabida en la noción de lugar o lugares históricamente considerados ‘espacios vitales’, en los que transcurre nuestra cotidianeidad. El ‘no- lugar’ constituye un espacio neutro donde impera el anonimato y la confluencia ocasional con una gran diversidad de personas reunidas por azar cuyas vidas se entrelazan apenas un tiempo breve e indeterminado… En el no-lugar el ciudadano se entremezcla con el decorado, se fusiona hasta formar parte de la arquitectura a la que se une en una simbiosis total e instantánea como un nudo de liberación rápida, de esos que llaman de fugitivo o de forajido que se deshacen de un tirón…Un vínculo inconsciente, fugaz y enigmático…
Aeropuertos, estaciones de trenes, de autobuses o metro, cualquier área de servicio de una autovía e incluso los centros comerciales constituyen algunos de los no-lugares más habituales, frecuentados, bulliciosos y espectaculares ajenos, por su significado y apartados por su ubicación, de las zonas marginales de las grandes urbes. En ellos nos encontramos con otras personas a las nos ligamos provisionalmente a través de un billete hacia un destino común surgido en una breve coyuntura que Augé explora desde la perspectiva de la ‘sobremodernidad’ y analiza desde la etnología de la soledad de la condición humana como nota común de nuestras sociedades actuales. En el prefacio de su obra Hacia una antropología de los mundos contemporáneos publicada en 1994, Augé escribe: «la paradoja del momento actual quiere que toda ausencia de sentido pida sentido, así como la uniformización llama a la diferencia».
Los hilos que pueden derivarse de esta frase podrían ser muchísimos. El tiempo del covid ha transformado los ‘lugares antropológicos’ donde de manera ‘natural’ acontecían nuestras vidas -la casa, el trabajo o establecimientos de ocio- en los que imperaba una determinada ‘normalidad’ en ‘lugares multifuncionales’ utilizados para trabajar y socializar aunque imponiéndose lo virtual sobre lo presencial. Las nuevas tecnologías nos han proporcionado una suerte de ‘avatar’ o alter ego a fin de interactuar con familiares, amigos o compañeros de trabajo. Poco hueco nos ha dejado la pandemia para deambular por el no-lugar y una cierta nostalgia se apodera de mí cuando me recuerdo arrastrando mi maleta, nómada de estaciones y aeropuertos, mientras esperaba para trasladarme de unos lugares a otros in illo tempore, cuando el mundo carecía de fronteras y éramos libre de ir y venir a ninguna parte si así lo deseábamos…
Hoy mismo, un domingo cualquiera de octubre, desde mi ‘lugar antropológico’, confieso que añoro más que nunca aquellos benditos ‘no-lugares’ en los que apenas durante unas horas me sentía ‘nadie’, me confundía con los otros y me integraba con el medio hasta formar parte de un todo…